- No tengas miedo, pequeña. - Su voz cada vez me ponía más nerviosa. Se acercó a retirarme un mecho de pelo de la cara. - Eres preciosa.
Le retiré el brazo con violencia y grité: - ¡Socorro!
Él se rió: - No va a servirte de nada. No podrán oírte. - Me agarró del brazo y me atrajo hacía sí. - Ven aquí.
-¿Qué quieres de mí...?
Está vez pude notar como su risa se clavaba en mí. - ¿Ahora te importa lo que quiera de ti? - Se interrumpió por un momento, pero se me hizo eterno. - Llevo taaaanto tiempo detrás tuya... ¿Y es ahora cuándo te das cuenta de que quiero algo de ti? Demasiado tarde. Has tenido la oportunidad de hacerlo por tu cuenta, pero ahora es tarde. Ahora eres mía. Eternamente mía.
- ¡Suéltame!
- ¡Jamás! - Rió. - Ains... no sabes el tiempo que llevo esperando este momento.
Conseguí soltarme e intenté alejarme lo más que pude, pero no llegué muy lejos. La habitación no era muy extensa, pero la poca luz que entraba por las rendijas no era suficiente para apreciarla con claridad.
De repente, ese haz de luz que me daba algo de esperanza desapareció.
Ahora, completamente a oscuras, era una presa fácil para el que conocía perfectamente ese lugar. Estaba perdida.
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