lunes, 16 de enero de 2012

De pronto no podía salir de allí. Me vi prisionera como lo está una rata que se arriesga por un trozo de queso. Había caído en la trampa por avariciosa. Entonces lo vi todo muy claro. Intenté escapar e irme lejos de aquel lugar, pero era demasiado tarde. A lo que quise darme cuenta estaba delante mío y no dejaría que huyera de él. Le tenía tan cerca... Pero había llegado a estar aún más cerca. Siempre había estado ahí. Llevaba tanto tiempo detrás de mí, que esperó el momento más oportuno para atraparme.
- Por fin solos, pequeña. - Entonces me di cuenta de que su mirada, la que siempre me había transmitido paz y tranquilidad, estaba llena de odio, de ansia. - Has tardado mucho tiempo de darte cuenta de lo que te convenía, eh... Pero parece que por fin lo has hecho.
- ¿Qué dices...? - Tenía miedo, no sabía muy bien qué trataba de hacer. - Déjame salir de aquí...
Una risa de psicópata hizo que me dieran escalofríos. - No, no vas a salir de aquí.
Eso hizo que se me pusiera la piel de gallina... ¿No iba a dejarme salir? ¿Sería capaz de hacerme daño? Tenía miedo. No sabía de lo que era capaz. Debía salir de ahí antes de que se volviera realmente loco.

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