miércoles, 6 de julio de 2011

Era un día soleado. Un día como hoy. Dimos un largo paseo por el parque..., un paseo que terminó en su casa, en su cama. La ropa volaba por momentos. La habitación creaba un ambiente acogedor, demasiado acogedor. Pero me dejé llegar. Me dejé llevar por sus besos, por sus caricias, por sus manos que recorrían todo mi cuerpo. Me dejé llevar hasta el final, me abandoné, y me dejé llevar por él. Hasta donde él quiso.
Besos, caricias, abrazos, manos que suben y bajan. Y se pierden. Sus labios que van bajando por mi ombligo. Abajo. Más abajo todavía. Para subir los dos juntos alto, muy alto. Hasta alcanzar el cielo. Hasta ver las estrellas. Un universo paralelo. Solos él y yo. Solos con nuestro amor. Solos con nuestra pasión. Solos. Sin importarnos nada más. Él dueño de mi cuerpo por un instante. Un instante que no me gustaría que terminara nunca. Un beso. Y otro. Y otro más. Y un momento tan apasionante como ese, que recuerdo cada día y hace que aun me sienta hambrienta. Hambrienta de pasión. Hambrienta de él.

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