sábado, 16 de febrero de 2013


Ha pasado un año. Un año lleno de lágrimas, de miedos, de pesadillas. Pero también lleno de sonrisas, alegrías y sueños.
Y te pones a pensar en lo mucho que puede cambiar tu vida en un año y te das cuenta de que es increíble lo rápido que pasa el tiempo y lo lento que se nos hace a veces. Esas clases de historia interminables en las que observas el reloj y parece que las agujas no avanzan. Y por el contrario esa tarde con tus amigos en las que pronto se hace la hora de volver a casa y no te apetece porque lo estás pasando de maravilla.
Pero también acabas pensando en la gente que estaba a tu lado hace un año y que ahora no está, y en la que a aparecido de repente en tu vida y quisieras que no se fuera nunca.
En un año las cosas cambian mucho, pero no podemos saber lo que no deparará el futuro. No podemos saber cómo estaremos dentro de un año.

Últimamente tengo la sensación de que estoy perdiendo la infancia, de que pronto me voy a hacer mayor, de que voy a tener responsabilidades que veía más lejanas de lo que realmente están. Porque a penas me queda un año y 34 días para alcanzar la mayoría de edad. ¿Y qué significa eso? No lo sé. Tal vez todo. O tal vez nada. Solo sé que no estoy preparada para dejar atrás muchas de las cosas que ahora tengo conmigo y de las que pronto, o quizás no, tenga que despedirme. Y ese sí que es uno de los únicos y peores para siempre.

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