«Cuando te aclares me llamas, ¿vale?».
Fue lo último que le dijo antes de irse. ¿Pero aclararse cómo? Ni siquiera ella misma era capaz de entenderse, no esparaba que otros lo hicieran.
Sabía que se había ido para no volver; era de lo único de lo que estaba segura. Pero, ¿y qué? Ella habría hecho lo mismo, así que no era quién para juzgarle. De hecho, mucho tiempo pareció costarle darse cuenta y alejarse.
Sin embargo, estaba dolida y aliviada al mismo tiempo. Ella era una persona... peculiar. No sabía estar sola, pero tampoco acompañada. No quería que se preocuparan por ella, pero se molestaba cuando nadie lo hacía.
Recordó las palabras que su madre tanto se molestó en repertirle una y otra vez: «Eres el maldito perro del hortelano; ni haces ni dejas».
¿Y si tenía razón? ¿Y si no era más que un obstáculo; un cuerpo sin misión en la vida, más que divagar dando tumbos impidiendo circular a los demás con normalidad?
Entonces nada de lo que había hecho en la vida, habría servido para algo.
«Nacemos solos y morirmos solos, lo demás es solo una ilusión».
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