Pompas de jabón

 En momentos así, te das cuenta de que vives en un mundo de pompas de jabón. Un mundo hermoso, a simple vista. Precioso. Un lugar donde están tus sueños. Tus fantasías. Lo mejor de ti. Eso que quieres que esté salvo del mundo real. Lo que quieres que vuele alto, hasta llegar al cielo. Lejos. Alto. Muy alto. Tan alto que ya no pueda verse.
Pero a la vez también es muy débil. Delicado. Algo que tienes que cuidar mucho si no quieres que llegue su fin. Un mundo que se va debilitando por momentos y tú con él. Poco a poco. Lentamente. Un suave roce puede acabar con todo...
Pero tú no quieres que eso ocurra. Haces todo lo posible por mantenerlo a salvo. Incluso soplas. Suavemente, con cuidado de no romperlo. Entonces tu mundo se eleva. Alto, de nuevo. Se salva de la destrucción y tu sientes un gran alivio. Tenías miedo de perderlo todo. Pero vuelves a ser libre y te vas lejos. Vuelas. Huyes de las preocupaciones. Pero tienes miedo. ¿Qué pasaría si de nuevo se pone en peligro y tu mundo se rompe? ¿Y si no puedes hacer nada? Esa impotencia que no sabes como calmar. La misma impotencia que sientes cuando ves que llega el fin. Que la pequeña pompa desciende. Se acerca al mar...


Y de pronto... ¡Paf! Se funde con el mar. Tu sueños se esparcen por el agua. Se pierden. Y tu los ves ir, lejos de ti. Y en ese momento una pequeña lágrima que desciende por tu mejilla, acompaña a esa pequeña pompa de jabón y se funde también en el mar.
¿Por qué...? La vida de las pompas de jabón es tan efímera. Prácticamente no puede apreciarse. Pero yo, personalmente a cada una de esas pompas de jabón les tengo un cariño especial.  Porque en ellas veo una muestra de libertad que no todo el mundo tiene.

Puede que la vida de las pompas de jabón sea insignificante, pero a mí me gustaría ser una de ellas. Libre, para poder volar alto.