miércoles, 18 de mayo de 2011

Un asesinato no del todo inesperado.

Debía eliminarlo, sin pistas ni pruebas que pudieran involucrarme. Decidí hacerlo un día de estos, lo que menos pensaba es que fuera a ser tan pronto. Había descubierto mis planes y no podía permitir que eso saliera a la luz. Entonces ocurrió, allí estaba yo, observando todos y cada uno de sus movimiento, ajena a la realidad. En el bolsillo llevaba un pequeño cuchillo  y un bote de cloroformo. Le seguí hasta su casa, le asalté a la espalda y procuré que inspirara el cloroformo lo más rápidamente posible. No hay nada mejor cómo una herida en la muñeca lo bastante grande como para que una persona se desangre: el suicidio perfecto.
Fue esa misma noche cuando abandoné el pueblo, abatida por el dolor que me causó el enterarme de su suicidio. Nadie podría pensar jamás que había sido yo quién le había asesinado. Su novia. La misma que tanto le quería y le protegía de los peligros. La misma que nunca le haría nada malo.
O al menos eso es lo que creía todo el mundo.

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