sábado, 19 de noviembre de 2011

Esas ganas inmensas de coger un tren e irme lejos. A algún sitio sin destino.
Recuerdo los días en lo que tanto ansiaba mi mayoría de edad. Para desaparecer sin darle explicaciones a nadie.  Para poder tomar yo la riendas de mi vida. Ese día que tanto ansié ha llegado. Es mi cumpleaños. Pasadas las cinco de la tarde tendré por fin los dieciocho años.
El mejor regalos que podrían hacerme hoy: un billete de tren. ¿A dónde? No importa; ya nada importa. Pero no me lo han dado, simplemente me han regalado perfumes, maquillaje, unos zapatos rosas y un precioso vestido a juego, que no pienso siquiera probarme.  Pero ni un mísero euro, "necesito dinero" recuerdo que dije hace un par de días. Pero como de costumbre, nadie me hizo caso. Por supuesto, no dice para que lo necesitaba, pues sabía que no iban a dármelo. De todos modos no me lo han dado.
Besos, abrazos, sonrisas. Se notaba la falsedad en el ambiente. Nadie esta a gusto en esta fiesta. Ni siquiera yo.
Ya eres toda una mujercita; recuerdo estas mismas palabras cuando cumplí los diez años. Han pasado ocho años y aún sigo siendo la misma mujercita. Sonrío y asiento. No presto atención a las palabras que me estás dedicando. Estoy analizando a todos y cada uno de los invitados y me he dado cuenta de que no hay ninguno al que haya invitado porque quisiera hacerlo. Hay mucha gente, muchos amigos y familiarices a los que no importo y los que no me importan lo más mínimo. Entonces me doy cuenta de que ya nada me ata aquí. Me disculpo, por educación y me subo a mi cuarto. No sé que estoy haciendo en una fiesta, "para mí" en al que nada me importa.
Una vez en mi cuarto veo que el ordenador está encendido y me doy cuenta de que sigue de fondo de pantalla.; bueno, seguimos. Una imagen invade mi memoria. Estaba en la fiesta. Está en la fiesta. ¿Por qué ha venido?
Se oye la puerta. Alguien llama. Paso de contestar y supongo que eso le da a entender que puede pasar porque la puerta se abre. Pero no es mi madre. Esperaba que fuera mi madre. Pero quien entra por la puera es él.

- ¿Qué haces aquí?
- Te he visto subir.
- Ya... pero, ¿qué haces aquí?
- Tu madre me ha invitado.
- ¿A subir a mi cuarto?
- No, a tu cumpleaños...
- ¿Y por qué subes?
- ¿Qué más da? Te he visto mal y quería hablar contigo. - Silencio. - ¿Qué te pasa?
- Nada.
- Eh, que nos conocemos... ¿Qué te pasa?
- ¿Que qué me pasa? Tú me pasas. Me pasa que no puedo dormir si no he llorado antes. Me pasa que te echo de menos. Me pasa que no hay día que cuando me levante no piense en ti. Me pasa que no puedo mirarte a la cara sin una lágrima de por medio. Me pasa que te quiero.
- Pero esto ya lo hemos hablado, y decidimos que era mejor así.
- No. Yo no decidí nada. Lo hiciste tú. Tú decidiste todo. Tú decidiste irte. Tú decidiste que dejáramos de hablar. Tú decidiste olvidarme, pero yo no puedo.
- Yo jamás he decidido dejar de quererte.
- Pero lo hiciste. El problema es que lo hiciste. - Decido cortar esta situación antes de romper a llorar. -Déjame sola, por favor.
- Pero yo...
- Por favor.

Sí, él decidió dejar de hablarme, él decidió alejarse de mí. Él decidió salir con otra y olvidarme. Pero no, yo no puedo. Yo no tengo esa facilidad que tiene algunos para olvidar. Por eso quiero irme de aquí. Porque cada esquina, cada calle, cada rincón, cada banco me recuerda a él. Me recuerda a que ya no está conmigo, a que ahora es de otra, como lo fue de mis besos, de mis brazos...
No, no puedo con esto. Voy a irme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario